Ni Uber ni agua de pago. Así debe ser un festival sostenible

Sorprende un poco que los festivales de música, templos por excelencia de las últimas tendencias, estén llegando tan tarde a la moda de la sostenibilidad. La temporada festivalera pospandémica de 2022 arrancó con la noticia de que el Rototom se había convertido en el primer festival de toda Europa en verificar su huella de carbono bajo el estándar internacional ISO 14064-1:2018. En un sector que lleva prácticamente dos décadas creciendo sin parar, ¿qué pasa con la sostenibilidad de los otros cerca de 1.000 festivales de música que España acoge este año?

Por supuesto, hay de todo. Pero, dado que los ejemplos de aquellos que realmente miden y certifican son los menos, podría decirse que la mayoría limita su conciencia ambiental y social a una buena obra por aquí y una acción puntual por allá para quedar bien de cara a la galería. Sin embargo, antes de empezar a buscar culpables, recuerde que cada vez que señala a alguien con un dedo, otros tres le apuntan a usted. Por eso, tal vez le interese saber que los principales responsables del impacto de estos eventos somos los propios asistentes.

Como lo oye. Mientras hay a quien le encanta quejarse de la inacción de gobiernos y empresas en la lucha contra el cambio climático para poder justificar que no mueve un dedo por remediarlo, resulta que, en lo que a festivales de música se refiere, “el asistente es quien más impacto tiene”, afirma el responsable de Sostenibilidad de Global Omnium, Juan Luis Pozo, cuya empresa ha acompañado al Rototom en el viaje para obtener la etiqueta ISO.

¿Acaso los festivaleros somos unos guarros? Pues sí y no. Aunque la media de desechos reciclados en los festivales, en general, todavía se limita a un alarmante 20 % o más o menos, la gestión de los residuos solo supone el 7 % de su huella de carbono, frente al 80 % que provocan los desplazamientos del público, según alertaba ya en 2015 un análisis de 279 festivales veraniegos celebrados en Reino Unido.

No debe ser el asistente el que decida cómo acudir de forma sostenible, es el promotor quien debe ofrecer las alternativas más sostenibles y educar al público para que se anime a usarlas

Alberto Gómez, el asesor de Sostenibilidad de AEVEA.

Eso sí, en lugar de empezar a darnos latigazos, también hay que tener en cuenta que el enorme impacto negativo que generamos está muy relacionado con las opciones, incentivos y educación que ofrecen los propios festivales. Este verano el Mad Cool acaparó titulares no tanto por su contenido sino por las interminables horas de espera que sufrieron quienes intentaban volver a casa en medio de la noche. Ante la saturación por la escasez de lanzaderas públicas, resulta que los VTC, con Uber como principal patrocinador y su liberal política de tarifas dinámicas, costaban precios desorbitados.

“No debe ser el asistente el que decida cómo acudir de forma sostenible, es el promotor quien debe ofrecer las alternativas más sostenibles y educar al público para que se anime a usarlas”, afirma el asesor de Sostenibilidad de las Agencias de Eventos Españolas Asociadas (AEVEA), Alberto Gómez, quien responde a Retina en directo desde el recinto del Coca-Cola Music Experience.

En el caso del Mad Cool, la alternativa sostenible estaba, pero, visto lo visto, parece que la organización prefirió priorizar el negocio de su patrocinador frente a la sostenibilidad y el confort de su público. Para el miembro de la Junta Directiva de AEVEA Jose Ignacio Hernández resulta lógico que las empresas organizadoras quieran maximizar el beneficio económico, aunque reconoce que “el equilibrio entre la economía y la sostenibilidad es muy fino”.

BARRA LIBRE DE AGUA

Encontrar este balance no solo es difícil en lo que a transporte se refiere. En pleno verano, en una España que ha sido azotada por olas de calor constantes y en entornos multitudinarios donde se baila, se suda y se consume alcohol y a saber qué más, cuesta creer que la mayoría de los festivales no ofrezcan agua gratis ni permitan a la audiencia acceder con la suya propia.

El acceso al agua potable protagoniza su propio ODS y desde hace un tiempo, en España es obligatorio que bares y restaurantes la ofrezcan sin coste. Por eso, en su informe Festivales de Música y Agenda 2030, la propia Asociación de Festivales de Música (FMA), que compone cerca de 30 de los más importantes del país, recomienda “que los festivales garanticen agua gratuita a los asistentes”. Sin embargo, salvo contadas excepciones, buena suerte si quiere hidratarse sin dejarse medio sueldo.

No hay que ser muy avispado para darse cuenta de que la mayor parte de las empresas de cerveza y refrescos que patrocinan los festivales también poseen su propia marca de agua embotellada. “Con todo el respeto a los patrocinadores, no deben poder impedir que se apliquen unos principios básicos de respeto al medio ambiente. El agua mineral tiene su mercado, pero no debería patrocinar eventos”, critica Pozo, quien aboga por llenar los recintos de fuentes públicas.

Siempre que sea posible, esta debería ser la elección de todo festival que porte la bandera de la sostenibilidad. Sin embargo, si el equilibrio entre rentabilidad y medio ambiente es fino, en el caso del agua se vuelve endiabladamente complicado en entornos donde no se puede acceder a la red pública de abastecimiento. “Si regalas las botellas, generas más plásticos. Eliminas el impacto en la salud a costa de un mayor impacto ambiental. Por eso, el acceso a agua limpia y potable tiene que responder a la lógica de cada festival”, defiende la experta en cultura y sostenibilidad en Gabeira&Asociados Paula Ráez, cuyo despacho da servicio a la FMA.

En lugar de aplicar la misma solución a todos festivales, apuesta por encontrar la receta sostenible que mejor se adapte a cada situación. Por ejemplo, en el caso de los desplazamientos, plantea combinar los grandes cabezas de cartel fijos, que suelen acudir en avión desde el extranjero, con artistas locales que cambien en función del lugar de celebración del evento. ¿Soluciona el problema? No, pero al menos, intenta reducirlo.

Y esta es la gran verdad frente a quienes quieren hacernos creer que sus festivales son 100 % sostenibles o neutros en carbono. “Es imposible. Son 80.000 personas en una semana consumiendo alimentos, envases, haciendo ruido y desplazándose. Así que la sostenibilidad es todo lo que hacemos para intentar minimizar ese impacto”, detalla Gómez. De hecho, en su opinión, “ni siquiera el reciclaje es una opción sostenible, ya que da la idea de que se puede consumir de forma ilimitada, es mucho mejor reducir y reutilizar”.

Ya sea por conciencia o por ajustarse a la legislación, lo cierto es que los envases de un solo uso cada vez se ven menos en los festivales, y los vasos han sido sustituidos por opciones reutilizables, capaces de “reducir los residuos entre un 35 % y un 40 %”, apunta Gómez. Pero, como pasó con aquellas ferias y congresos que empezaron a producir botellas de aluminio y bolsas de tela como si no hubiera un mañana, lo reutilizable puede generar un impacto aún más negativo cuando no se usa de forma correcta.

Sin incentivos para retornarlos y con serigrafías que impiden su aprovechamiento de un año para otro o en otros festivales distintos, los vasos reutilizables pueden suponer un problema aún mayor que sus primos de un solo uso. Y tal vez sea el usuario quien no haga el esfuerzo de reutilizarlo, pero es la empresa organizadora la que decide apostar o no por un esquema que fomente su retorno o que permita darles vida más allá de su propio evento. ¿Quién es más culpable, el usuario que no recicla o el festival que no reutiliza ni instala sistemas para la separación de residuos?

BAILAR Y EDUCAR

El impacto es nuestro, pero no cabe duda de que la responsabilidad es, como mínimo, compartida. Por eso no basta solo con dar opciones e incentivos, también hay que promocionarlos. Y aquí reside otro de los puntos clave de la sostenibilidad festivalera y la que marca la diferencia entre el que de verdad se esfuerza y el que solo quiere aparentar. “El festival tiene que concienciar y educar, se trata de un cambio de mentalidad”, apunta Gómez.

Todos los expertos coinciden en que el Rototom ha sido el gran pionero en lo que a festivales sostenibles se refiere, “eso hay que reconocérselo”, señala Ráez. Tras años de esfuerzo, “ahora su público está concienciadísimo”, afirma Pozo, y cuenta que, para fomentar la sostenibilidad de los desplazamientos, la organización está planteándose reducir los precios del abono en función de la modalidad de transporte escogida para acudir al festival.

Ningún otro festival puede presumir de su ISO y de su enorme compromiso. Sin embargo, sí hay algunos que destacan en sus esfuerzos de sostenibilidad y concienciación. El festival Cala Mijas, por ejemplo, ha hecho suya la misión de conservar la Costa del Sol. Por ello, están colaborando con la ONG Equilibrio Marino en un estudio de impacto ambiental del mar y, durante el propio evento, organizarán actividades de recogida de residuos en las playas y jornadas de buceo para limpiar el fondo marino.

Aunque el encuentro no ha apostado por un plan integral de medición, lo que en cualquier otro caso podría entenderse como un nuevo episodio de greenwashing, basta con ojear sus acciones de compensación para comprobar que su principal foco está en el impacto de cercanía. La empresa mantiene políticas de contratación y compras basadas en el kilómetro cero con las que maximizan la generación de empleo en el propio territorio y estimulan su economía mediante la contratación de proveedores locales y productos autóctonos.

En los próximos años no se van a celebrar eventos ni festivales si no son sostenibles porque no va a haber dinero, no se van a poder financiar si no están perfectamente certificados

Juan Luis Pozo, director de Sostenibilidad de Global Omnium.

Para Pozo, estes serían ejemplos perfectos de acciones sostenibles para minimizar el impacto. Afirma que ha “visto de todo” y critica estrategias de dudosa eficacia, como las campañas que se van a la otra punta del mundo a plantar árboles jóvenes, incapaces de secuestrar el carbono que prometen y sin garantías de que vayan a mantenerse ahí. Por eso, su propuesta consiste en “medir el impacto y buscar formas de compensarlo en el entorno local”.

Junto a educar y concienciar, medir es la otra gran palabra clave en todo lo relacionado con la sostenibilidad. “Lo primero que hay que hacer es medir con rigor el ciclo de vida completo de la actividad, desde que se empieza a organizar hasta después de terminar, que es el requisito de la COP26, e incluyendo el impacto de la cadena de suministro y del público. Además de entender todo el impacto negativo, el objetivo de medir consiste en poder demostrar el efecto positivo de las acciones de compensación”, detalla Pozo.

Rototom ha decidido someter su medición a los criterios de las normas ISO, famosas por sus elevados niveles de exigencia, lo que explicaría por qué hasta ahora ningún otro ha optado por esa opción. De hecho, aunque la edición de este año haya presumido de su ISO 14064-1:2018 sobre medición de huella ambiental, los expertos consultados no conocen ningún festival de música en España que ostente el certificado ISO 20121:2012 de Sistemas de Gestión de Eventos Sostenibles.

SE ACABÓ LA FIESTA

¿Cómo puede ser que cada vez más festivales presuman de sostenibilidad sin que ninguno tenga este sello? Desde luego resulta chocante como poco. Pozo cree que “si no pueden certificarse será porque hay algo más”. Sin embargo, Ráez opina que la razón principal es que “este tipo de certificados no se adaptan a las particularidades y realidades de los festivales de música” y añade: “Su impacto no puede analizarse de la misma manera que el de un evento de criptomonedas”. Considera que hay alternativas más adecuadas a su idiosincrasia y señala el caso del Sonidos Líquidos, que desde 2019 ostenta el sello A Greener Festival. Por su parte, Gómez resalta que, aunque tampoco lo hizo bajo la normativa ISO, el DCODE ya empezó a medir su huella de carbono en 2014 y “lo hizo muy bien”.

Los sistemas alternativos de medición y certificación específicamente adaptados a los festivales de música podrían parecer la solución al problema. No obstante, la realidad es que, sin estándares a los que acogerse, “cada uno usaba lo que más le convenía, medía como le daba la gana y compensaba como le daba la gana”, denuncia Pozo. Y añade: “Así todo el mundo quedaba muy bien, pero los proyectos que se hacían no tenían un impacto positivo real en el entorno”.

Afortunadamente, aunque algunos sigan creyendo que los gobiernos no hacen nada en la lucha contra el cambio climático, la Unión Europea (UE) lleva tiempo trabajando en normativas, estándares y taxonomías que podrían acabar de una vez por todas con el lastre del greenwashing. “Si algo está haciendo bien la UE es cambiar la forma de financiar, acudiendo a la sostenibilidad como parámetro máximo”, señala Pozo. Ráez detalla: “La regulación de las finanzas sostenibles europeas ha marcado el rumbo de la actividad económica de los estados miembros. En el caso de los festivales, que, además, se nutren en gran medida de subvenciones públicas, desde luego tendrán que adaptarse para cumplir con los objetivos ambientales”.

¿Qué pasará si no lo hacen? “En los próximos años no se van a celebrar eventos ni festivales si no son sostenibles porque no va a haber dinero, no se van a poder financiar si no están perfectamente certificados”, responde Pozo, quien se siente “muy optimista” ante los cambios regulatorios en los que “la taxonomía verde europea ha sido el eslabón principal”. Gracias a ella, el fino equilibrio entre economía y sostenibilidad de los festivales obligará a los promotores a que la balanza se decante por lo verde si quieren tener alguna esperanza de conseguir financiación.

Si no lo hacen por el planeta, al menos tendrán que hacerlo por la pasta. No solo deberán maximizar la sostenibilidad de sus actividades directas, también la de sus proveedores y, por supuesto, la del público. Las trabas cada vez mayores les obligarán a asegurarse de que sus asistentes se comporten lo mejor posible. Así que, gracias a esta presión económica, dentro de unos años puede que el único responsable de que los festivales musicales contaminen sea usted. Recuérdelo la próxima vez que vaya a tirar su vaso reutilizable porque está sucio o prefiera volver a casa en taxi para no tener que esperar un rato a una lanzadera.

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Ni Uber ni agua de pago. Así debe ser un festival sostenible