Por Ezequiel Casanovas, especial para 0223.
Martín Carrizo tenía tanta necesidad de tocar que armó una batería con la madera del banco de un colegio y, a los quince años, en la habitación de su casa en Palermo, ponía el primer álbum en vivo de Soda Stereo, Ruido Blanco de 1987, y la lista de temas en el suelo junto a una botella de agua. Apenas escuchaba las aclamaciones del público, sentía nervios y le dolía el estómago como si fuera el cuarto integrante de la banda. Después tocaba encima del disco, transpiraba y sentía el cansancio.
Solía hacer lo mismo con álbumes de A – ha, Phil Collins, The Police y, a su vez, tenía una banda. A pesar de que le gustaba más el pop, el día que lo llamó Andrés Giménez, el cantante de A.N.I.M.A.L. (Acosados Nuestros Indios Murieron al Luchar) para que completara el trío de metal alternativo, aceptó sin dudarlo.
Los ensayos eran jornadas de ocho horas, el público crecía, daban recitales, actuaban junto a Megadeth, Bad Religion y Pantera y Carrizo pensaba que debía mantener la cabeza fresca y limpia para darle a la banda lo que necesitaba: un toque rápido y preciso. Para él no había cigarrillos, drogas ni alcohol.
A.N.I.M.A.L. era parte de la escena del rock nacional pero a fines de 1997 Carrizo ya no tenía el pulso a disposición del metal. En las pruebas de sonido tocaba los tambores de Cuando pase el temblor o Persiana Americana de Soda Stereo y abandonó la formación.
Tuvo poco descanso. Walter Giardino, líder de Rata Blanca y uno de los mejores guitarristas de heavy metal en español, lo convocó para la grabación de su primer álbum solista: Temple. Lo presentaron en el teatro Maipo y en Obras y el estadio mundialista de Mar del Plata junto a Deep Purple.
De regreso en Buenos Aires, a los veintiséis años, Carrizo tuvo lo que había esperado desde la adolescencia. Una audición con Gustavo Cerati. El músico lo recibió en la puerta de la casa en Vicente López: “Welcome”, le dijo. Recorrieron un parque largo con una pendiente hacia abajo y llegaron al estudio mientras el baterista imaginaba que la prueba duraría cinco minutos. Se sentó y empezó tocar. Cerati, a un costado y de pie, miraba a la banda hasta que ya no aguantó, descolgó una guitarra y se unió. Los cinco minutos se convirtieron en siete horas.
Carrizo se sentó en el suelo, apoyó la espalda en el tambor, los demás se pusieron en ronda. Cerati hablaba de cuando grabaran el disco, cuando salieran de gira. En un momento de silencio, miró al baterista y le dijo: “¿Tocamos juntos?”.
En 1999, editaron el disco Bocanada. Uno de los temas que más le gustaba a Carrizo era Puente. Él tenía los ojos oscuros, bigote, la piel blanca, pelo negro por los hombros y creía que el volumen estaba en el cuerpo y no en el instrumento. Entonces, cada vez que Cerati llegaba al estribillo: cruza el amor/yo cruzaré los dedos/gracias por venir, movía las manos y golpeaba con más ritmo, los tambores sonaban rotundos, tajantes y breves y el tssss de los platillos flotaba en el aire mientras llevaba la cabeza hacia atrás y cantaba o se mordía el labio o apretaba los dientes como si a la intensidad hubiera que acompañarla con todo lo demás.
Con Cerati giraron por México, Centroamérica y Estados Unidos. Dieron más de setenta conciertos. En 2001, Carrizo se alejó y formó la banda Pr3ssion, produjo a Abel Pintos, a Cabezones, a su hermana Cecilia “Caramelito” Carrizo, quien cantaba canciones para público infantil, fundó una escuela de música y dos años más tarde regresó a A.N.I.M.A.L., que se disolvió en 2005.
El Indio Solari creía que era el mejor baterista que había dado la Cultura Rock y había seguido toda su carrera aunque él ya no era sólo eso. Era arreglador, productor técnico de grabación y técnico de mezcla. Sabía, por ejemplo, dónde debían ubicarse los micrófonos de la guitarra, la distorsión, si en una parte iba un arpegio o si las cuerdas debían tocarse más cerca del cuerpo o de las clavijas.
En 2007 fue parte de los conciertos del Indio junto a Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado en el estadio de La Plata. Después se incorporó al grupo y fue el ingeniero de sonido de los discos Porco Rex (2008), El Perfume de la Tempestad (2010) y Pajaritos, Bravos Muchachitos (2013).
Fue con ellos la última vez que tocó una noche de marzo de 2016 en el Hipódromo de Tandil. Casi nadie se dio cuenta de que a Carrizo se le caían los palillos de la batería. Unos meses antes, le habían diagnosticado Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA), una enfermedad neurodegenerativa crónica que mata las células del sistema nervioso y genera una parálisis muscular progresiva.
La enfermedad no se detuvo ni con el tratamiento al que se sometió entre 2020 y 2021 en Estados Unidos. Carrizo murió el 11 de enero de 2022, ocho días después de cumplir cincuenta años. Un mes antes había escrito en sus redes que vivía como si tuviera un elefante encima, que le dolían tobillos, pies, manos, muñecas y venas. Pero que todavía confiaba en su recuperación.
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Martín Carrizo, el músico que tocó con los mejores y murió demasiado rápido