Hubo un tiempo en el que los ricos, además de hacer obras de caridad, financiaban la cultura. Intentaban —a su manera y con parámetros de su época, tan fáciles de juzgar desde la nuestra— que sus conciudadanos o sus súbditos pasaran menos hambre, tuviesen algún oficio o se curasen de enfermedades. Además, pagaban a escritores, pintores, arquitectos, compositores y cuanto artista les resultase interesante para que pudiesen, simplemente, crear sus obras. ¡Qué tiempos, aquellos! Es lo que explica, por ejemplo, que los condes Rasumovsky y Oppersdorff, junto a los príncipes Lichnowsky y Lobkowitz patrocinasen A Beethoven, que gracias a ellos pudo llevar a cabo obras magníficas (cuartetos, sonatas para piano, sinfonías), y tener tiempo para probar fortuna con creaciones menos exitosas: su ópera ‘Fidelio’, por ejemplo.
- Música:
D. Lang - Intérpretes:
C. McFadden, J. Ott, D. Tines, A. Oke. Orq. Sinfónica de Barcelona y Nacional de Cataluña (OBC), voces masculinas del Cor Jove del Orfeó Català y del Cor de Cambra del Palau. L. Morlot, director. - Fecha:
22 de julio - Lugar:
Teatro Grec, Barcelona
Hoy en día quedan pocos filántropos de su nivel. Solamente hace falta ver las actividades de la Fundación Bill y Melinda Gates. Seguramente es la mejor dotada de todo el planeta, y hace una actividad encomiable en la lucha contra las enfermedades, luchar por la igualdad de posibilidades de las mujeres en según qué países, combartir la pobreza… Todo ello es encomiable, pero se centra en paliar algunos problemas acuciantes derivados de una sociedad deshumanizada, no en luchar contra el origen de esas lacras. Si este fuese su objetivo, las humanidades estarían tan presentes como el resto de facetas en su actividad.
¡Menudo exordio para hablar de un concierto! El estreno estatal de ‘Prisoner of the state’ de David Lang, en el marco del Festival Grec de Barcelona, pero impulsado por L’Auditori venía precedido de notable expectación, por varios motivos: por el perfil del reputado compositor, por ser una revisión contemporánea de la ópera ‘Fidelio’ de Beethoven, porque se debería haber estrenado en el aniversario de Beethoven pero no pudo ser a causa de la pandemia y porque fue un encargo conjunto que unió al equipamiento barcelonés con colegas internacionales como el Barbican de Londres y la New York Philharmonic.
Magia en directo
El resultado quedó lejos de lo que se esperaba. Las grabaciones de la obra que ya estaban disponibles dejaban entrever que la composición de Lang no estaba a la altura que se esperaba tratándose de un homenaje al genio de Bonn, y el libreto adaptado dejaba mucho que desear —tanto o más que el original de Beethoven, que tampoco es precisamente brillante. Quedaba la esperanza de la magia del directo y el impacto de la escenografía, pero ni una cosa ni la otra levantaron una partitura tan corta de miras.
Lang renuncia a trabajar con ninguna referencia a la obra de Beethoven, cosa que es lícita, pero que requeriría alguna que otra idea brillante. La obra es un gazpacho donde se majan algunos elementos tímbricos y rítmicos prestados de Bernstein, algunas armonías y melodías que remiten a Sondheim y repeticiones que evocan algo del minimalismo de Glass. Pero falta ahí algo de sal, de aceite, un buen chorro de vinagre y un ajo. Lo de la cebolla y el pepino lo discutimos otro día, pero también está claro que sobra agua para estirarlo. Mi abuela, de un gazpacho así, habría dicho que es «un aguachirri».
Y es que, aunque quizás justamente infravalorada en el conjunto de su producción, el ‘Fidelio’ de Beethoven tiene la garra de la valentía, del mensaje político comprometido y humanista. El coro de los prisioneros viendo la luz (la Ilustración) tras tanto tiempo a oscuras (el feudalismo, la religión, la ignorancia, la superstición) es puro Romanticismo en vena. Como lo es también su protagonista, Leonora, tan valiente que se hace pasar por un hombre para rescatar a su amado Floristán de la prisión.
No superan los resultados
Nada de ello aparece en ‘Prisoner of the state’ con intensidad remotamente comparable. El único paralelismo con la obra de Beethoven es la estructuración en quince números musicales que prácticamente no se distinguen unos de otros: melodías facilonas (al tiempo que ni especialmente agradables ni en absoluto pegadizas), texturas orquestales más que limitadas, con los violines insistiendo en un machacón staccato una y otra vez, y combinaciones rítmicas que, queriendo ser efectistas y complejas, no superan los resultados de ninguno de los autores anteriormente citados.
Es inevitable cuestionarse si no irá a resultar que Beethoven, con todas las limitaciones de su época, era más libre que nosotros. Quizás el hecho de que la obra sea un encargo tan concelebrado, y en manos de equipamientos donde el dinero público convive con el privado, nos lleva a tener que gustar a todo el mundo, o al menos pretenderlo. A vender un producto como algo profundo y reflexivo cuando en realidad es inocuo. A homenajear a un genio con grandilocuencia pero con un gran vacío intelectual. A convertir a Beethoven, que se veía como Leonora, en uno de tantos Floristanes que no huyen porque, en el fondo, en la prisión no se será tan mal. Signos de nuestros tiempos, en que los Bill Gates de turno apuestan por la caridad vistosa pero, al ignorar las humanidades, no hacen sino perpetuar las miserias que nos asedian.
La escenografía, adaptada al espacio del Teatre Grec de Barcelona, perdió toda la potencia que podría haber tenido en otro lugar, dejando al coro prácticamente inmóvil al fondo del escenario y a los cantantes —discúlpenme si no entro a valorar ninguna de las voces protagonistas— actuando como si se tratara de una función de concierto con un poco de atrezzo.
La dirección de Ludovic Morlot fue más que correcta, con un estudio profundo de la partitura y con una orquesta sin duda motivada por la experiencia. Lo mismo se tiene que decir de las voces masculinas del Cor de Cambra del Palau de la Música y del Cor Jove de l’Orfeó Català, cuyas prestaciones quedaron muy por encima del nivel de la composición.
We want to thank the writer of this write-up for this remarkable content
Beethoven en la era de Bill Gates