Basta de distopías. Ni ‘Black mirror’ ni Elon Musk eligen tu futuro

¿Se imagina que el trabajo de su vida, con el que además intenta ayudar a las personas, empezara a suscitar recelo a raíz de un producto de ciencia ficción que solo refleja sus peores y más distópicas consecuencias? Algo así le ha pasado al CEO de Synchron, Thomas Oxley, quien desde hace años intenta crear interfaces cerebro-máquina. La tecnología ya ha logrado devolver la movilidad y la capacidad de comunicación a algunos pacientes con parálisis en experimentos piloto. Pero cuando la famosísima serie británica Black Mirror mostró los peores futuros posibles de su trabajo, hubo quien empezó a centrarse más en ellos que en su beneficioso potencial terapéutico. “[Black Mirror es] muy negativo y distópico. Se ha ido al peor escenario posible… habrían pasado muchas cosas buenas para haber llegado a ese punto”, afirma en una reciente entrevista en Wired.

Que el público tenga una visión sesgada y parcialmente incorrecta de la ciencia es algo a lo que lamentablemente estamos cada vez más acostumbrados por culpa de la desinformación, generada por intereses ocultos para intentar dirigir la agenda en su beneficio propio. Pero ¿qué pasa cuando es el entretenimiento, diseñado para hacernos disfrutar, pensar o emocionarnos, el que inyecta ideas infundadas en nuestro cerebro? Y, lo que es peor, ¿qué pasa si este efecto llega hasta los inversores que deciden apostar o no por una tecnología o incluso hasta los legisladores que regulan sus avances y limitaciones? ¿Podría la apasionante Black Mirror (o cualquier otra ciencia ficción que se le ocurra) cambiar el curso de la investigación y la política científico-tecnológica, para bien o para mal?

“Responder a estas preguntas requeriría una tesis doctoral. Todo discurso tiene efectos, la cuestión es cuán grandes son y cuál es su carácter”, resume la investigadora de la Universidad de Georgia (EE. UU.), Celeste Condit, especializada en comunicación científica y política y en su impacto en la percepción pública en el área de la genética. Se refiere a que la ciencia ficción puede ser tanto optimista como pesimista, utópica como distópica, reflexiva como superficial, puede ser científicamente realista o un disparate, y puede volverse masiva o quedar limitada a un público minoritario.

Son todos estos factores, unidos al propio momentum en el que se encuentra una sociedad concreta, los que determinan que una obra de ciencia ficción genere una mella permanente en la mente y la abra a nuevos horizontes o que pase sin pena ni gloria por el espíritu y quede condenada al olvido en cuanto termina de consumirse. Pero, ni realismo equivale a impacto, ni superficialidad implica olvido. Existen obras de ciencia ficción perfectamente plausibles a las que no se presta atención, del mismo modo que otras, alejadísimas de cualquier futuro imaginable, han causado estupor.

“La movilización de un sentimiento en torno a la tecnología no depende de que sea muy veraz o científicamente absurda, sino de si logra asustar a la gente”, resume el sociólogo y profesor de la Universidad Rey Juan Carlos (España), Pablo Francescutti, autor de Utopías y distopias después de la pandemia. ¿Si no cómo se explica que haya gente temerosa de un alzamiento robótico cuando lo más parecido a Terminator es una aspiradora con ruedas?

Para Condit, los factores más capaces de generar un efecto transformador en la mente de las personas son la difusión y la novedad. Y, aunque no existe tesis doctoral capaz de analizar el impacto de toda la ciencia ficción a lo largo de la historia, sí hay estudios que confirman que algunas obras concretas han tenido un efecto transformador sobre algunos temas. Una de las más recientes sería el blockbuster climático apocalíptico El día de mañana (2004), que no solo llegó a las masas, sino que planteó un escenario relativamente novedoso, aunque muy poco probable, de glaciación instantánea.

“La película hizo que los espectadores tuvieran mayores niveles de preocupación por el calentamiento global, que estimaran como más probables varios impactos en los Estados Unidos, y que cambiara su comprensión conceptual sobre el sistema climático hacia un modelo de umbral. Además, los animó a emprender acciones personales, políticas y sociales para hacer frente al cambio climático y ayudó a elevar el calentamiento global a prioridad nacional. Por último, incluso parece haber influido en las preferencias de los votantes. Estos resultados demuestran que la representación de los riesgos medioambientales en la cultura popular puede influir actitudes y comportamientos del público”, concluyó una investigación de la Universidad de Yale (EE. UU.) publicada ese mismo año.

CIENCIA-FICCIÓN-POLÍTICA

No es el único ejemplo del género capaz de remover conciencias y sacudir cursos políticos. De sobra conocido es el impacto que la literatura de Julio Verne y posterior época dorada de la ciencia ficción espacial, con Isaac Asimov y Arthur C. Clarke como máximos exponentes, tuvieron en la batalla por llegar a la Luna, principalmente en forma de apoyo público e inspiración científica. Del mismo modo, la carrera por las armas y la energía nuclear también se vio afectada por el género, e incluso se considera que jugó un papel determinante en el fin de las pruebas atómicas en superficie, en las políticas de rearme de Ronald Reagan y en su victoria final contra la URSS ante la rendición de Mijaíl Gorbachov.

“Cuando Reagan inició su política de rearme nuclear en 1983, Hollywood contratacó con la película The day after, que simulaba cómo sería la vida en medio de EE. UU. tras un gran ataque. La cinta generó tanta conmoción entre la sociedad que se organizaron tertulias televisivas con expertos de la talla de Carl Sagan, y los movimientos pacifista y antinuclear se reactivaron”, cuenta Francescutti. Pero no fue esa película la que cambió el curso de la historia, sino la política de ciencia ficción contra la que intentaba luchar: el disparatado plan del presidente de crear una especie de escudo láser mortal espacial que protegiera al país de cualquier amenaza nuclear.

Bautizada como Iniciativa de Defensa Estratégica (SDI) y popularmente conocida como Programa Star Wars, se la considera como “una de las iniciativas presidenciales que más ridículo público han generado entre los científicos”. Pero, según Francestutti, “ni si quiera eso fue suficiente para detener los planes de Reagan, lo que demuestra que, cuando a un gobierno se le mete una política entre ceja y ceja, no hay mucho que la ciencia ficción pueda hacer para frenarla”.

Aunque la academia saltó rauda y veloz a tildar el plan de utópico, fue precisamente esa utopía, con la sensación de optimismo y seguridad que generó, la que logró ganarse el apoyo de buena parte de la sociedad y llevar a Gorbachov hasta la rendición, a pesar de que no había absolutamente ninguna base científica que respaldara las ambiciones de Reagan. Incluso hay teorías que afirman que tuvo la idea a raíz de otra película protagonizada por él mismo en su época de actor, Murder in the air (1940), que planteaba la creación de una especie de rayo láser letal. Pero, como es imposible saber qué pasaba por su cabeza cuando planteó su pantomima científica, lo único que está claro es que, aunque no era una obra propiamente dicha, “la SDI sí que fue ciencia ficción”, sentencia el sociólogo.

Esta historia es un ejemplo perfecto de qué puede pasar cuando el género se utiliza con fines ideológicos, tanto para bien como para mal. Sin embargo, no siempre es necesario que los creadores tengan agendas ocultas para que sus obras trastoquen el imaginario colectivo. Aunque Condit no conoce estudios concretos sobre su impacto, señala Gattaca (1997) como una de las obras que más han influido en la percepción pública sobre la genética. “Es una excelente película que trata el tema de la ingeniería genética con inteligencia y humanidad, y plantea cuestiones que seguimos debatiendo en la actualidad”, coincide el científico y prolífico escritor de ciencia Sidney Perkowitz, autor de Hollywood Science (2007), entre otros.

¿Estarían pensando en Gattaca los responsables del Tribunal de Justicia de la UE cuando en 2018 sentenciaron que los organismos mutagénicos (con genes propios alterados) debían regirse por las mismas regulaciones que los transgénicos (con genes incorporados de otras especies)? ¿O tal vez pensaban en Jurassic Park (1993)? En aquel momento, el experto en genética del CSIC Lluis Montoliú criticó que la decisión de carecía de “evidencias científicas”, y tampoco sería la primera vez que las fantasías genéticas contribuyen a dar forma a la visión que la sociedad tiene de ellas. “Cuando se decidió prohibir la clonación humana, siempre se citaba Los niños de Brasil (1976) y Un mundo feliz (1932), porque planteaban horizontes hacia los que la sociedad no quería ir. También tuvieron mucho impacto en los debates sobre la fecundación in vitro, pero no lograron pararla”, detalla Francescutti.

En su opinión, la famosísima cinta jurásica de Spielberg “probablemente fue la que más influyó en la regulación de los transgénicos”. También figura entre las obras destacas por Condit, quien advierte: “Hay que tener cuidado de no dedicar tiempo a problemas irreales (dinosaurios perdidos en parques temáticos) en lugar de ocuparse de cuestiones más realistas, pero menos dramáticas (la asignación de fondos públicos para tecnologías necesarias como las vacunas de ARN)”.

Aunque todos los bulos en torno a las vacunas contra la COVID-19 surgieron de campañas de desinformación, tal vez la ciencia ficción sí ayudó a inspirar las falacias y a que estas permearan entre algunos sectores de la población. “El asunto se politizó tanto que dominó la ciencia ficción y todo lo demás”, lamenta Perkowitz. Condit considera que el temor a las vacunas se popularizó por tres causas: “Oportunismo de las autoridades políticas y religiosas”, “el imperio web del clickbait” y “la duda natural y razonable que surge ante la idea inyectar sustancias invisibles en el cuerpo humano”. Pero tampoco descarta que la ciencia ficción pudiera aportar “cierta verosimilitud general al miedo y al escepticismo”.

GURÚS, PESIMISMO Y SUPERFICIALIDAD

El miedo otra vez. Y es que, frente a las antiguas épocas doradas del género, cuyo ingenio, optimismo y base científica permitieron inspirar los smartphones a partir de los comunicadores de Star Trek y hacer realidad las velas solares imaginadas por Arthur C. Clarke en El viento del sol: relatos de la era espacial (1963), “la ciencia ficción del siglo XXI se ha vuelto muy pesimista”, resume la física teórica por la Universidad de Leipzig (Alemania) y divulgadora de ciencia y ciencia ficción Gisela Baños.

Todos los expertos consultados coinciden en que las producciones de las últimas décadas están dominadas por la distopía, la negatividad y la catástrofe. Así que, en vista de la influencia que la ciencia ficción y la sociedad se ejercen mutuamente, podría deducirse que el derrotismo de las obras actuales es una consecuencia del clima general actual que se respira en Occidente. Baños detalla: “La ciencia ficción vive de su época. Si vive en una pesimista y con problemas, como en la que estamos ahora mismo, la ciencia ficción beberá de eso, para bien o para mal”.

¿Cuál será el efecto en la gente si los guionistas, novelistas y cineastas siguen empeñándose en blackmirrorizarlo todo y plantear únicamente el peor de los futuros posibles? “Las reacciones a la ciencia ficción pueden ser para intentar cumplirla, como pasó con los viajes a la Luna de Julio Verne, o para evitarla, como pasó con Un Mundo Feliz”, responde Francescutti. Bajo este esquema, negativizar el horizonte de toda la ciencia y la tecnología podría provocar que la gente rechace cualquier nuevo avance.

Afortunadamente, además del pesimismo, la ciencia ficción actual también ha adquirido ciertos dejes capaces de limitar su impacto negativo. “En el pasado, algunas de estas películas cumplían una labor reflexiva al transmitir un mensaje sobre cuestiones científicas y tecnológicas que afectaban a la sociedad, o al dibujar escenarios alternativos. Pero, al menos en el cine, esa influencia ha disminuido, en parte porque ahora Hollywood está más interesado en los superhéroes y el Universo Marvel que en la ciencia ficción de gran presupuesto o en las películas basadas en la ciencia”, detalla Perkowitz. O, como resume Baños, “la de ahora es muy superficial, se queda mucho en el decorado y poco en la reflexión”.

Por si esta superficialidad no fuera suficiente, resulta que el auge de las plataformas de streaming y su consecuente fragmentación de las audiencias también está limitando el impacto social de la ciencia ficción. Y, dado que todos los expertos coinciden en que la difusión masiva resulta indispensable para que el género adquiera una capacidad movilizadora, “el aumento del visionado en casa y el crecimiento de las distintas plataformas de contenidos hacen cuestionable que una producción actual pueda llegar a los millones de personas que consumieron los antiguos éxitos de taquilla de las películas de ciencia ficción de Hollywood”, cuenta Perkowitz.

Si se tiene en cuenta todo lo anterior, podría decirse que Black Mirror es la excepción que confirma la regla de la irrelevancia que impregna la mayoría de la ciencia ficción actual. De hecho, a los expertos no les preocupa ni la serie británica ni el último gran taquillazo, sino un fenómeno mucho más masivo y contemporáneo: la desinformación a manos de influencers y otros perfiles de alto nivel, capaces de captar la atención de esas mismas masas que antes se dedicaban al cine y a la televisión. “Cuando gente como Elon Musk dice que deberíamos estar aterrorizados por la inteligencia artificial, algo que es desinformación, eso tiene un impacto mayor que cualquier película”, advierte el autor.

Musk no solo ha dirigido el ojo público hacia un irrisorio alzamiento robótico inminente, también trabaja en esos mismos implantes neuronales que el CEO de Synchron. Pero, mientras que este se centra en sus aspectos terapéuticos, el magnate sudafricano lleva un par de años vendiendo la idea de que dentro de poco todos haremos cola para abrirnos el cráneo voluntariamente para que nos introduzcan uno de sus cacharros. Y ahora pregunto, ¿acaso esto no le recuerda a ciertos capítulos de cierta serie británica reciente? Baños responde: “Black Mirror ha llegado a mucha gente, pero a la mayoría no le importa. El peso de los gurús puede ser bastante mayor que la ciencia ficción. Los únicos ejemplos que toman mis alumnos son los de los líderes y los influencers”.

EVITAR LA ‘IDIOCRACIA’

Dado que es prácticamente imposible silenciar a los ídolos de masas por muchas barbaridades que digan, ¿podría la propia ciencia ficción contrarrestar su efecto con producciones más reflexivas e informadas? A todos los expertos les gustaría un resurgimiento de la época dorada del género. Condit afirma: “Los productores de cine han caído en la idea de que la ficción ‘seria’ es una ficción negativa en la que todos los humanos son malvados o estúpidos. Ese tema repetido es una influencia negativa para la sociedad y ha contribuido a reducir la confianza en los líderes. Es hora de que las personas que quieren un futuro positivo digan: ‘Sí, todos somos falibles y cometemos errores, pero muchos de nosotros realmente intentamos construir buenos futuros’”.

Pero la ciencia ficción no es la única ni probablemente la mejor arma para evitar miedos infundados y reducir el impacto de la desinformación. “Los documentales bien construidos y las películas independientes hacen un mejor trabajo de presentación de la ciencia y la tecnología y sus ventajas y desventajas que la mayoría de las producciones de Hollywood”, señala Perkowitz. Uno de los mejores ejemplos es el del documental sobre la contaminación por plásticos en el océano The blue ocean II, narrado y presentado por el naturalista Sir David Attenborough.

Cuando la BBC lo emitió en Reino Unido a finales de 2017, “desencadenó un efecto de fijación del tema en la agenda pública, mediática y política”, según un estudio de la Universidad de Amberes (Bélgica). El texto detalla: “Probablemente muchos ciudadanos de a pie, periodistas y políticos se vieron directamente influenciados por el documental por sus impresionantes y sobrecogedoras imágenes de la vida marina, pero también por el contenido emocional de los animales que sufren las consecuencias letales de ‘nuestro’ plástico”.

Su enorme impacto, que ya ha pasado a la historia bajo el nombre de Efecto Attenborough, “es un ejemplo del efecto notable que tiene la información novedosa acompañada de una buena narración emocional”, explica Condit. Perkowitz también destaca el impacto de Una verdad incómoda (2006) de Al Gore sobre los riesgos del cambio climático. Pero, aunque recuerda que aquella obra “incluso ganó un Oscar”, considera que se trata de “una excepción”, ya que este tipo de documentales “suelen llegar a un público muy reducido, por lo que, por muy alta que sea su calidad, su impacto total es pequeño”.

Esta realidad deja un panorama en el que la ciencia ficción ha dejado de lado su capacidad de formar e inspirar y en el que la mayor parte de los documentales no logran captar la atención de las masas. ¿Qué más se podría hacer para evitar la tecnofobia infundada? Por manido que resulte, para los expertos la mejor arma se encuentra en la educación. “La mejor estrategia consiste en fomentar el nivel científico de la población”, afirma Francescutti. Ya lo dijo Carl Sagan: “Vivimos en una sociedad profundamente dependiente de la ciencia y la tecnología en la que casi nadie sabe nada de estos temas, lo que constituye una fórmula segura para el desastre”.

A pesar de haber consagrado su carrera al avance de la ciencia y a fomentar el conocimiento y las vocaciones científicas, las palabras que pronunció hace décadas siguen más vivas que nunca. La humanidad no lleva milenios evolucionando y aprendiendo para que cualquier Black Mirror, Elon Musk o influencer de turno lo tire por tierra a base de miedo y mentiras en un tuit o en Netflix. Como dijo una vez el físico Freeman Dyson, “la ciencia ficción no es más que la exploración del futuro utilizando las herramientas de la ciencia”. Hagámosle caso y sigamos usando la ciencia como guía. O, como concluye Condit, “basta ya de cinismo dieciochesco”, seguro que el CEO de Synchron está de acuerdo.

We would love to say thanks to the author of this article for this amazing material

Basta de distopías. Ni ‘Black mirror’ ni Elon Musk eligen tu futuro