Centenario Ava Gardner: Crítica de ‘55 días en Pekín’ (1963)

Las críticas de Daniel Farriol:
Centenario Ava Gardner
55 días en Pekín (1963)

55 días en Pekín (55 Days at Peking) es un filme estadounidense de aventuras y recreación histórica que está dirigido por Nicholas Ray (Johnny Guitar, Rebelde sin causa), con la colaboración sin acreditar de Guy Green (Un retazo de azul, El amargo silencio) y Andrew Marton (Las minas del rey Salomón, El día más largo). El guion fue escrito por Philip Yordan (Lanza rota, La batalla de las Ardenas) junto a Bernard Gordon (Historia de un condenado, La última aventura del General Custer), contando con los diálogos adicionales de Robert Hamer (Ocho sentencias de muerte, Siempre llueve en domingo) y una colaboración no acreditada de Ben Barzman (La caída del Imperio romano, El Cid).

La historia nos sitúa en China durante la rebelión de los bóxers de 1900, donde el mayor del ejército estadounidense Matt Lewis, junto con el cónsul británico, Sir Arthur Robertson, desarrollan un plan para mantener a raya a los rebeldes hasta que pueda llegar una fuerza militar internacional que les ayude a repeler el ataque. Está protagonizada por Charlton Heston, Ava Gardner, David Niven, Robert Helpmann, Flora Robson, Leo Genn, John Ireland y Lynne Sue Moon.

Una épica y ruinosa superproducción

55 días en Pekín fue una de las últimas superproducciones de Samuel Bronston Productions, el megalómano proyecto cinematográfico de un judío moldavo llamado Samuel Bronshtein, sobrino nada menos que de León Trotski, que ya afincado en los Estados Unidos cambió su apellido por Bronston para convertirse en uno de los mayores productores de Hollywood. Esta película junto a La caída del Imperio romano (Anthony Mann, 1964) supusieron un fracaso en taquilla (en cuanto a inversión/réditos) que llevaron a la productora a la bancarrota debido esencialmente a los enormes costes de producción relacionados con la construcción de decorados.

Samuel Bronton se convirtió en un Rey Midas del cine en España, utilizando como plató Las Matas en Las Rozas de Madrid que era su Hollywood particular y donde rodó igualmente otras películas tan épicas como Rey de Reyes (Nicholas Ray, 1961) o El Cid (Anthony Mann, 1961). En esa pedanía donde el paso del tiempo ha borrado casi todos los vestigios cinematográficos para dar cabida a un campo de golf, Bronston erigió un imperio de barro donde abarataba los costes gracias al devaluado precio de la peseta frente al dólar estadounidense y que se servía de la magnífica cualificación de los técnicos españoles mucho menos costosos que los americanos, además de la buena relación que mantenía con los líderes del régimen franquista para obtener permisos y conseguir rodar en lugares impensables por aquel entonces como el Palacio Real de Madrid a cambio de cierta propaganda como un documental sobre El Valle de los Caídos.

Pero ni siquiera así, logró sostener económicamente un proyecto que, como en el caso de 55 días en Pekín, le llevó a construir una réplica a gran escala del Pekín del año 1900, en un espacio de unos 4 kilómetros cuadrados que incluía una parte de la muralla, el alcantarillado subterráneo y la Ciudad Prohibida. La fidelidad fue tal que para el vestuario de la emperatriz y sus secuaces se utilizaron varios trajes auténticos procedentes de la corte real de Tzu-Hsi. Así pues, la dirección artística y decorados son uno de los grandes baluartes de esta película para la que fueron necesarios unos 6.500 extras que requirieron la presencia de cientos de chinos y asiáticos de toda Europa para otorgar un mayor realismo a las masas. Corre una divertida leyenda que dice que durante este rodaje que duró casi 4 meses fue casi imposible encontrar un restaurante chino abierto en España y países cercanos debido a que sus empleados y dueños se hallaban todos trabajando como parte de la figuración de la película.

Un rodaje conflictivo

Además de los problemas financieros citados 55 días en Pekín fue una película maldita desde su concepción que tuvo numerosos conflictos antes, durante y después del rodaje. El más sonado fue la discusión por diferencias creativas entre el director Nicholas Ray y el propio Samuel Bronston que ya habían trabajado juntos en Rey de Reyes. El primero era un autor respetado en Hollywood, pero cuyo cine era de corte intimista y que, además, poseía una peculiar manera de trabajar (cambiando texto y planificación el mismo día del rodaje, a veces con la ayuda de su esposa Betty Utley), algo del todo inconcebible en producciones de alto riesgo donde todo debía estar controlado al milímetro. Aquello limitaba y frustraba constantemente la inventiva del cineasta que acabó abandonando el rodaje a falta de un tercio de metraje aún por rodar, de lo que se encargarían Guy Green y Andrew Marton, aunque por contrato no aparezcan en los créditos de la película. Nicholas Ray sufriría poco después un ataque cardíaco probablemente provocado por todo el estrés y ansiedad que padeció durante el rodaje.

Otro de los grandes problemas durante la filmación fue la mala relación entre Charlton Heston y Ava Gardner. La actriz, en pleno apogeo de su alcoholismo, había iniciado un periodo de decadencia que le hacía comportarse de manera poco profesional, llegando tarde o borracha al rodaje, sin haberse aprendido las líneas de diálogo que le pertocaban o entrando en cólera ante un figurante que quiso hacerle una foto. Aunque aún seguía conservando toda su belleza, los estragos de la bebida habían dejado evidencias en su cuerpo y en determinadas secuencias se adivina un rostro hinchado y una mirada vidriosa que, sin embargo, funcionan muy bien para el trasfondo psicológico de su personaje. La elección de la actriz fue un empecinamiento personal del director, ya que Samuel Bronston prefería contratar a Deborah Kerr y Charlton Heston había sugerido nombres de actrices europeas como Jeanne Moreau o Melina Mercouri. Los problemas con Gardner llegaron hasta tal punto que se reescribieron y eliminaron escenas en las que aparecía, incluyendo en el guion una muerte prematura de su personaje para no tener que aguantarla más.

Una versión partidista de los hechos históricos

55 días en Pekín fue filmada en Technicolor y Technirama para obtener una película impresa de 70 milímetros que fue restaurada en 2013 incorporando el metraje que fue cortado para obtener una calificación para todos los públicos en su estreno en Estados Unidos y añadiendo un prólogo, intermedio y epílogo musical donde podemos disfrutar en toda su intensidad de la sinfónica banda sonora compuesta por Dimitri Tiomkin. La película nos sitúa en la China de 1900, durante la rebelión de los bóxers, movimiento antioccidental y anticristiano que buscaba acabar con la presencia imperialista de los distintos países del mundo que ocupaban y sometían su país.

La versión histórica de los hechos que se desprende del guion es parcial y partidista, elogiando el heroísmo de las fuerzas militares internacionales que resistieron en minoría a los ataques de guerrilleros chinos en espera de la llegada de los ansiados refuerzos. El protagonista es el comandante norteamericano Matt Lewis (Charlton Heston), un personaje inspirado libremente en la vida de John Twiggs Myers, que junto con el cónsul británico, Sir Arthur Robertson (David Niven), organizan un plan de defensa que a veces recuerda en su concepción a muchos wésterns y, en especial, a El Álamo (John Wayne, 1960). Entre batallita y batallita, el comandante iniciará un tortuoso romance con la baronesa Natalie Ivanoff (Ava Gardner), una mujer que en el pasado fue amante de un general chino, y que encontrará su verdadera vocación ayudando en el improvisado hospital de campaña para los heridos de guerra.

La parte espectacular de ’55 días en Pekín’

Debido a todas estas incongruencias e inconvenientes citados, a lo que hay que sumar las mutilaciones que sufrió la película en la sala de montaje (el personaje del embajador estadounidense encarnado por el propio Nicholas Ray fue eliminado), el resultado final de 55 días en Pekín es una película extraña e imperfecta que, pese a todo, sigue conservando ese áurea mítica de un cine clásico ya perdido que todavía perdura en la memoria colectiva cinéfila más allá de sus evidentes defectos. Su combinación de gran espectáculo con película intimista da lugar a un ritmo inconstante que desconcierta durante el desarrollo de las relaciones entre algunos personajes, algo que se evidencia claramente con Matt Lewis y la baronesa Ivanoff que ni siquiera tienen un escena de despedida, mostrándose una total indiferencia por parte del militar hacia la muerte de su amante que refleja en pantalla el hastío que sentía Heston hacia Gardner detrás de las cámaras.

Sin embargo, más allá del apabullante envoltorio escénico con decorados grandiosos y una fotografía estupenda de Jack Hildyard, encontramos escenas individuales de gran calado artístico. Desde los preciosos títulos de créditos pintados con acuarelas e ideados por Dong Kingman hasta el plano picado del final en que el comandante Lewis sube a su caballo a Teresa (Lynne Sue Moon), la niña mestiza. Hay muchos otros momentos para el recuerdo, por ejemplo, la escena de apertura con un movimiento de grúa fantástico que nos muestra la inmensidad de los decorados y que fue ideado por Andrew Marton, director de segunda unidad que acabaría filmando la mayoría de secuencias de acción o las que involucraban a cientos de extras como en el asedio final de los bóxers.

De hecho, todas esas escenas resultan espectaculares y muestran la idea que tenía Bronston en la cabeza de cómo quería que fuera el producto final, algo que queda perfectamente simbolizado con el gigantesco arma (y bastante inútil) que escupe fuegos artificiales en la última batalla. En esa misma línea encontramos el largo asalto al polvorín, un prodigio narrativo de suspense más convencional si se quiere, pero terriblemente efectivo, y otras escenas de batalla. Ponen en imágenes ideas extraídas de lo mejor del wéstern y del cine bélico, una manera que tiene la película de acercarse al cine comercial en busca del gran público, lo que que culmina con el patriótico desfile militar del final.

El tono intimista de Nicholas Ray

Sin embargo, por debajo de la acción de 55 días en Pekín, subyacen otras escenas igualmente interesantes que reflejan la inclinación del filme por otro tipo de película más íntima y reflexiva, más pendiente de la sutileza que de la grandilocuencia. Posiblemente ahí es donde se evidencie más la mano de Nicholas Ray. Hay escenas estupendas como la presentación del personaje de la baronesa en la recepción del hotel, la escenas con la niña (que podrían haber caído en el sentimentalismo y funcionan muy bien) o la doble secuencia del vals. Esta última nos muestra a Ava en su máximo esplendor, primero a su llegada al salón de baile ante la mirada lasciva de todos los hombres y envidiosa de las mujeres con una réplica poética posterior durante el baile en un palacete anexo donde ella y el comandante Lewis se alejan de la multitud para bailar a solas (son dos personajes con sus propios demonios).

Por ejemplo, Lewis es un hombre valiente y heroico en el campo de batalla, pero terriblemente débil cuando debe confrontar sus sentimientos más profundos o conversaciones que impliquen sacar a la luz las emociones, lo vemos con la baronesa y con la niña, en especial en ese brillante momento en que debe contarle que su padre ha fallecido. Esa extraña combinación durante 154 minutos de escenas de acción pura con personajes perdidos en un mundo que no entienden acaba alimentando una narración de dientes de sierra que no encuentra siempre el tono adecuado, pero que termina proponiendo una película entretenida y, por momentos, brillante. El proverbio chino «El agua hace flotar el barco, pero también puede hundirlo» que cita la emperatriz una vez destronada, es una frase que resume la filosofía del equilibrio entre el yin y yang perfectamente aplicable a la propia película y a las producciones mastodónticas de Bronston.


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55 días en Pekín


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Centenario Ava Gardner: Crítica de ‘55 días en Pekín’ (1963)